Friday, August 29, 2014

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Guisela Bahruth - Guate...
: www.latertuliaboise.com Guisela Bahruth - Guatemala- la mujer con alas de gorrión nadie sabía de dónde venía su fuerza ...
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Guisela Bahruth - Guatemala-


la mujer con alas de gorrión

nadie sabía de dónde venía su fuerza
ni por qué podía volar tan alto
y es que tenía alas de gorrión
pequeñitas, escondidas bajo sus brazos
siempre listas para hacerla volar

... y por qué no? Sin rostro no hay firma




de cómo me convertí en mi abuela: fragmentos de dos vidas y un diario
Guisela Bahruth -Guatemala

tres días después

escondida en la tinieblas se disuelve en sus remordimientos.  la decisión de haberme vendido su sombra empieza a pesarle.  tres días atrás y cansada de tantos años con ella, le pareció un buen negocio hacerlo.  ahora me viene con que la extraña.
según ella, no era justo tener una sombra tan descolorida, siempre allí, infiel a su figura, un momento pequeña, luego inmensa, duplicándose y hasta triplicándose algunas veces, como buscando imitar dimensiones inalcanzables; triste imitación de la rosa de los vientos; juguete de la luz.  siempre al descubierto, vulnerable, permitiendo atropellos indecibles y como si esto no fuera suficiente, sin voluntad propia.
cuando le propuse deshacerse de ella, dejó de sonreír, cerró los ojos un instante, respiró arrogancia y saboreó sus palabras, ¿qué querés decir con eso de deshacerme de ella?  ¿es posible?  ¿cómo?  qué sé yo, botala, vendela.  no puedo botarla,   siempre me sigue.  ¿venderla?  ¿quién podría interesarse en una sombra usada?  yo, yo estoy interesada en tu sombra.  ¿vos querés comprar mi sombra?  pues sí, así mismo.  ¿y para qué querrías tener dos sombras?  eso es cosa mía.
no dejó de lamerse los labios mientras cerrábamos el negocio y cuando llegó el momento de entregármela, la sonrisa se le congeló de satisfacción.  yo cumplí con lo establecido, todo en forma legal, como dios manda.  no comprendo cómo puede venir ahora a decirme que está arrepentida.
allí en la oscuridad, allí en la tinieblas, llora desconsolada.  tres días después, me pide un poco de compasión.  quiere que le devuelva su sombra.  cómo si fuera tan fácil.  es qué no comprende que si empiezo a devolver sombras mi negocio se viene abajo.  no entiende que si hoy devuelvo una sombra mañana tendré que devolver un sueño.    no, no se trata de tener o no tener compasión.  esto es un negocio serio.  aquí no hay lugar para arrepentimientos.  aquí no hay devoluciones.


al alba

raquela alfonsina empieza su día compitiendo con el reloj.  ganarle al tiempo le causa infinita satisfacción.  el juego consiste de lo siguiente; cada noche antes de dormir, ajusta el reloj despertador a una hora distinta.  ningún cambio drástico: cinco minutos menos, dos minutos más tarde.  la idea es despertarse antes del reloj y apagar la alarma en el menor tiempo posible.  es tanta su obsesión de vencer su propio récord que ha llegado a dormir con la mano puesta sobre el botón que desactiva la alarma.
no siempre fue así.  cuando joven, como cualquier otra adolescente, le gustaba dormir a pierna suelta.  no había día sin que su mamá la despertara dulcemente, cuatro o cinco veces, repitiendo la misma cantaleta, despiértate catalina, se te pegaron las sábanas…  ahora su mamá está muerta y a raquela alfonsina le pesa no haberle preguntado, quién era esa tal catalina.

me gusta la tranquilidad de la madrugada, el silencio de las cuatro, la penumbra de las cinco y el milagro de la luz un poco después.  pero, lo que más disfruto es la anticipación del miedo de dejarme sorprender, madrugada tras madrugada, por esas sombras que cobran vida con los primeros despuntes de sol.

y estar... de Sin rostro no hay firma

y ahora qué

cómo iba a adivinar.  cómo iba yo a saber que el deseo no debe lavarse.  cómo es posible que nadie me dijera que una nunca debe usar cloro en algo así.
allí colgado en el tendedero me pareció tan bello, limpio, claro, inmaculado.  se miraba tan bien bailando al viento, secándose al sol.  cómo iba yo a imaginar. 

las manos

ya dejaron de obedecerme.  tengo días tratando de organizar este diario y no puedo.  lupita tenía razón, me estoy acostumbrando.

sueños

fue después del tercer café, creo.  
¿para qué sirven los sueños?  eso depende.  ¿depende de qué?  si los sabés y querés aprovechar.  no lo creo, ¿cómo voy a usarlos si casi nunca los recuerdo?  requiere práctica y tiempo.  pues entonces estoy perdido, no tengo ni una ni el otro.  yo sí, si no los querés yo podría guardarlos.  ¿cómo?  muy fácil, podría visitarte cuando soñás, me los aprendo y luego los guardo.  ¿se puede hacer eso?  si me das permiso sí.  ¿y de qué servirá?  a vos, de nada; a mí, quién sabe.  ¿querés guardar mis sueños porque me amás?  no, quiero guardarlos por guardarlos.  nunca te voy a entender.  mejor así.   


 alfonsina


en la página marcada como 13 de su viejo diario, escrito con su puño y letra:

“…ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora.
no me pidas más.”

¿sería por ella que mi abuela se cambió el nombre?  y si es así, ¿de dónde viene raquela entonces?  quizá, sólo quizá, algún día yo también me cambie el nombre.  como sea, de lo que estoy segura es que nunca voy a llamarme alfonsina.  no, no me siento capaz de convivir con un nombre tan lleno de tragedia.   tal vez termine llamándome con su nombre de pila.  ¿ por qué no?  podría volver a renombrarla ahora que por fin recuperó sus manos y decidió convertirme en su segunda vuelta.

ella de Sin rostro no hay firma


en la tienda

es imposible no verlos al cruzar la esquina.  sentados dos, mientras que el tercero, parado y medio inclinado, ofrece romeos y julietas.  es una escena tan familiar que resulta imposible asombrarse al descubrir que los tres personajes de la vitrina no son maniquís sino ángeles disecados.  esta vitrina es su tarjeta de presentación.  así es como raquela alfonsina balzidar anuncia su negocio.  nadie puede negarlo, esta mujer es la mejor taxidermista del país y si alguien lo duda, se convence inmediatamente con sólo darle un vistazo a su obra maestra:  la sombra que dormita en el fondo de la tienda.
cuando le pregunté cómo se le había ocurrido disecar ángeles, me miró extrañada, fue culpa de un tal joaquín murmuró sin quitarme los ojos de las manos.  para entonces yo ya había aprendido que de nada servía esperar por una explicación lógica, nunca llegaba.  así es mi abuela, completa en cada fragmento que ofrece.
sobre una repisa solitaria y arrinconada estaba el frasco.  me llamó tanto la atención que olvidé que raquela alfonsina digería mis manos.  me acerqué y luego de unos minutos sin poder descifrar su contenido y vencida por la curiosidad, le pregunté, ¿y esto tan bonito, qué es?  mi desamor.  ¿y de casualidad, no tenés enfrascado tu amor?  no, el amor nunca me pareció tan especial.  ¿por qué? dejó de serlo cuando aprendí a enamorarme cada dos días.  ¿pero entonces tendrías que haberte desamorado con la misma rapidez?  por supuesto que no.  el desamor sólo se asomó una vez y antes de que me convenciera, lo metí al formol.

3 de marzo

hoy recuperé mis manos y mil voces.  desde este momento mi nombre será raquela alfonsina y la semilla que crece en mi alma, renacerá tan limpia como el mismo fénix.  hasta aquí llegaron estas manos, ella ya no las necesitará.
espero.

 la voz

¿qué hacés?  preparando el frasco.  ¿qué vas a guardar?  mi voz.  ¿para qué?  para vos.  ¿cuándo la vas a guardar?  mañana.  ¿y después?  después qué.  ¿cómo vas a hacer para hablar?  no voy a hacerlo.  ¿ni siquiera a mí?  no.  ¿y la tienda?  qué con la tienda.  bueno, los clientes, ¿cómo vas a comunicarte con ellos?  no voy a hacerlo.  ¿y si quieren comprar?  no he vendido nada desde que la abrí.  ¿y por qué la abriste?  quise.  desde el viernes será tuya.  yo no la quiero.  la vas a querer.  el viernes es el cambio.  ¿qué cambio?  mis manos por mi voz.  ¿qué querés decir?  que empieza mi segunda vuelta.  ¿qué va a pasar conmigo?  nada.  ¿y tu voz?  una cucharadita semanal es suficiente.  ¿y mi voz?  igual.  ¿y mis manos?  eso es otro asunto.

 lupita rivera

lupita rivera tuvo que aprender a vivir sin su sombra, así como yo aprendí a vivir con unas manos prestadas y media docena de voces alucinadas.
como todos los días, desde que llegué a la vida de la abuela, la encontré en el mismo lugar.  sentada bajo la sombra del árbol.  miraba cómo raquela alfonsina cerraba la tienda.  
qué tal lupita.  aquí.  ya veo.  ¿la has visto?  sí, antes de salir.  ¿qué te parece?  joven. 
después del acostumbrado silencio incómodo y sin quitar los ojos a mis manos y siguiendo lo que parecía un guión aprendido dijo, ¿cuándo vas a entregárselas?  no estoy segura, no sé qué haría sin ellas.  conformarte como yo.  no sé si podría.  vas a poder, de todas  formas no son tuyas.  ya lo sé, pero me gustan.  pienso que lo mejor sería que te convirtieras en tu abuela, digo, si querés conservarlas.  lo he pensado.  ¿querrías devolverme mi sombra entonces?  no, no podría.  me lo imaginé.  
no había más que decir.  en silencio esperamos hasta el ocaso, inmóviles bajo el árbol.  yo no quería regresar a la tienda y ella debía esperar la seguridad de las tinieblas.  cuando por fin la tocó, se levantó.  ¿te vas?  sí, ya sabés, hay que trabajar, con sombra o sin ella, necesito ganarme la vida.  ¿vas a venir mañana?  claro.  hasta mañana entonces.  si dios lo quiere.
la sigo esperando.

sueños y deseos

empecé pidiendo permiso, ahora ya no lo hago.  sé que no está bien pero los necesito.   la adicción por ellos es más fuerte que mi falta de conciencia.  
¿entrás a los míos?  los martes y los jueves.  ¿los encapsulás todos?  sólo los que no te recordás.  ¿hacés lo mismo con mis deseos?  con algunos.  ¿y después?  me los tomo.  ¿todos?  algunos.  ¿tomás los malos también?  no hay buenos ni malos, sólo deseos.  ¿no es peligroso?  sí, te volvés adicta.  no, me refiero a hacer algo malo.  malo como qué.  cómo matar o robar.  yo necesito sentir el deseo, no actuarlo.  ¿y el tuyo?  se me destiñó.  ¿es lo mismo con los sueños?  no, con ésos aprendo.  ¿y qué te han enseñado los míos?  que estoy viva.  ¿guardás pesadillas?  son las más importantes.  ¿por qué?  aprendo más.  ¿no te dan miedo?  siempre.  ¿y no te importa?  el miedo es bueno.  ¿para qué?  me recuerda quién soy.  ¿y quién sos?  tu abuela.

por que solo estoy de Sin rostro no hay firma


trece lágrimas

la encontré llorando.  sobre la mesa otro frasco y una cuchara.  
¿por qué llorás?  estoy triste.  ¿por qué?  tomé una cucharada.  ¿una cucharada de qué?  de tristeza.  ¿para qué?  para saborear mi alegría.  ¿no tenés un frasco de alegría?  sí pero casi nunca la tomo.  ¿por qué?  es muy fuerte, me hace olvidar a la otra.  pero eso es bueno, todo el mundo  quiere estar feliz todo el tiempo.  no es posible, las dos van de la mano, sin una no hay otra.  ¿y por qué querrías estar triste hoy?  estoy empezando a acostumbrarme a tu presencia.  ¿y eso no es bueno?  no, no quiero que te volvás invisible.  ¿puedo tomar una cucharada yo?  para qué.  para que no te me desaparezcás.  tanto me querés.  tanto.

silencio

muy temprano por la mañana y antes de abrir las puertas de la tienda, raquela alfonsina colocó un letrero que decía, “aquí habita el silencio.  por favor de respetarlo.”
tal como lo predijo, ese viernes dejó de hablar.  el silencio invadió la tienda y la casa.  muy pronto, el silencio sedujo a mi voz.  como ella, yo también dejé de usarla.  no había para qué.  alfonsina raquela y yo aprendimos a comunicarnos con gestos y miradas.  era mucho mejor.  el silencio nunca miente.
fue por esos días cuando mi madre, mi padre y mi hermano llegaron por mí.  mamá lloraba inconsolable ante el terror que le causaba la tienda.  yo me apresuré a buscar una caja morada.  me acerqué sin cautela y sin explicaciones empecé a recolectar sus lágrimas.  su llanto aumentó.  papá trataba de alejarme de ella, gritaba algo que fui incapaz de comprender.  ¿qué le pasó a tus manos?  susurró mi hermano.  yo sonreí.  ¿por qué no contestás?  volví a sonreír.  ¿dónde está la abuela?  señalé el fondo de la tienda.  mamá y papá se dirigieron al fondo de la tienda.  un pequeño grito ahogado me hizo entender que estaban frente a la sombra de lupita.  luego silencio, sólo silencio.
¿estás contenta?  asistí con la cabeza.  ¿te querés quedar aquí?  volví a asistir.  ¿ya sabés lo que te va a pasar si continuás con la abuela?  sonreí.  mi hermano me devolvió la sonrisa, besó mi frente y luego me abrazó.  me gustó mucho ser tu hermano, dijo y salió de la tienda.  segundos después la escena se repitió con mis padres.  
guardé los tres besos en un frasco, sólo por si los pudiera necesitar más adelante. 
y el silencio recuperó su espacio.

lagunas de memorias

si al menos me hubiera permitido tomarle fotos a su piel nuestra historia sería más clara, más completa.  esa costumbre de escribirse en el cuerpo ha dejado abismos en su diario.
hoy es una de esas semanas sin martes.  alfonsina raquela prepara una caja de madera.  la llena con algodones azules y morados.  el aroma es tan penetrante que creo ver a la sombra rascarse la nariz.
reconozco el olor.  es otro de mis recuerdos.  me tranquilizo.  ahora que están seguros en una caja, podré recordar.
¿por qué los escribís en papel de china?  para conservar su efimeridad.  ¿y por qué con amarillo oscuro?  porque son traicioneros e infieles.  ¿y los algodones azules?  contemplación del vacío, del todo.  ¿y el morado?  me gusta.

el principio del final

no tarda en llegar.  la presiento.  mi tiempo se acerca.  por fin podré descansar.  ella no lo sabe pero trae nuestro destino en las manos, sus manos, mis manos.  muy pronto dejará de ser quién es para mostrarme el sendero del que nunca podrá escapar.  ella será mi salvación y yo su maldición.  que dios me perdone y ella, bueno, ella lo hará.

el cuerpo disecado del que fuera alguna de tantas raquelas alfonisas, descansa a la lado de una sombra. sonríe satisfecha sabiendo que una vez más, el cambio está a punto de suceder.  la nieta de su nieta despertará y dejará de ser ella. afuera, en la penumbra, algunas lupitas suspiran arrepentidas de haber vendido, no sólo sus sombras pero sus sueños y deseos. 
el destino se cumplirá una vez más y otra vez.

esa mañana

no tuve necesidad de abrir los ojos, ni verme en el espejo.  eran las cuatro y veinte.  el sol todavía no se había atrevido a invadir el dormitorio.  posiblemente no quería ser cómplice del cambio.   me sorprendió descubrir un poco de miedo, muy debajo de mi vientre.  qué sería de mí ahora que ya no era yo misma. 
en el umbral de mi habitación raquela alfonsina sonreía satisfecha.  a pesar de la penumbra pude leer su mirada.  traté de fijarla en mi memoria.  sabía que era la última.  sentí nostalgia y empecé a echarla de menos.  hubiera querido tener una frasco, una caja o hasta una bolsa plástica para poder guardarla.  
mi abuela se acercó un frasco azul a sus labios y lo llenó con palabras silenciosas.  su mensaje de despedida quizá o posiblemente la explicación a tanta locura.  se acercó a mí y lo colocó en mis manos, sus manos.  me acarició la cara y colocó cinco besos sobre mi rostro, haciendo la señal de la cruz.  el ultimo, en mis labio, y a manera de amén. eran dulces, el sabor de la muerte.  dio la vuelva y sin más y más desapareció, no sin antes regalarme una media mirada.  alcé la mano en gesto de despedida pero mi mano se fue directamente al botón del despertador,  exactamente un segundo antes de que éste anunciara su victoria, mi mano lo acalló.

otra vez de Sin rostro no hay firma


Wednesday, August 27, 2014

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La Tertulia, Spanish Learning Center, Club de lectura: www.latertuliaboise.com
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Colección ...
: www.latertuliaboise.com 208-401-5090 Colección de Poemas Laura Penados  Sin rostro no hay firma -Guatemala- Como el Mar ...
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Colección de Poemas
Laura Penados 
Sin rostro no hay firma -Guatemala-


Como el Mar

a veces me caigo fuerte
y en realidad nunca hay nadie que sepa cómo agarrarme
y me caigo
fuerte.

y las heridas son muchas
(fuertes)
y las cicatrices son muchas
(colores arco iris)
profundas

como lo siguen siendo mis ojos de niña
profundos
fuertes…

en busca del norte



entro en la casa, y extraño mi pasado.

entro en la casa, pero enciendo mi luz.

(la fusión del pasado y el presente)

… después de un tiempo regresé
a la casa.

el paisaje exterior, ese donde viví un tiempo
ahora me parece tan ajeno-conocido
tan cerca-lejano…

salgo otra vez,
y  todo pareciera tan nuevo.
el paisaje es nuevo;
viejo-nuevo-conocido.

siento miedo
todo es tan des-conocido.
siento miedo
todo es tan extrañamente viejo-nuevo-conocido.

pero en ese miedo hay cierto equilibrio…
(no como antes)

ahora tengo varias casas; el equilibrio
entre el antes y el hoy.

salgo a explorar de nuevo.

y algo evidente,
siempre todo es lo mismo, solo que cada vez es un poco más profundo.

y la enseñanza que me va quedando,
es  que sigo siendo la misma niña,

(ella, la de los ojos profundos por tanto vivir).

a qué le tenemos tanto miedo?





camino
lejos de aquí
al mar
al mar.

manos limpias
corazón puro
y viajo
a enfrentarme a las olas
que me dicen mi camino
que me dicen mi camino.

me sumerjo y las olas me revuelcan y me escupen
me vuelvo a sumergir
y me vuelvo a revolcar.

cada ola un paso
cada herida un aprendizaje

y me vuelvo a sumergir

al mar
camino
lejos de aquí.


al mar



y mientras la vida se pone en riesgo
cada segundo,
la mirada humana sólo puede ver sistema.
la mirada humana
sólo sabe crear mártires
otros
que les solucionen los problemas que
son de todos.
prefieren parafernalias burocráticas, lecturas 
y visitas a los medios que
son gobernados por el poder;
ilusos.
la vida se arriesga a cada segundo
cada segundo...
3
2
un nuevo intento


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Dos Palab...
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Dos Palabras
Isabel Allende -Chile-


Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá. 

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una 
vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. 

Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed. 

--¿Qué es esto?--preguntó. 

--La página deportiva del periódico--replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia. 

La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel. 

--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round. 

Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas. 

Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella. 

--A ti te busco--le gritó señalándola con su látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas. 

Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado. 

--Por fin despiertas, mujer--dijo alcanzándole su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara de recuperar la vida. 

Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle el rostro, porque tenía encima la sombra incierta del follaje y la sombra imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor. 

--¿Eres la que vende palabras?--preguntó. 

--Para servirte--balbuceó ella oteando en la penumbra para verlo mejor. 

El Coronel se puso de pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo. 

--Quiero ser Presidente—dijo él. 

Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años, durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre. 

--Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso?--preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario. 

Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar. Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos. 

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las 
palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos. 

--¿Qué carajo dice aquí?--preguntó por último. 

--¿No sabes leer? 

--Lo que yo sé hacer es la guerra--replicó él. 

Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo. 

--Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato. 

--¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer?--preguntó el jefe. 

--Un peso, Coronel. 

--No es caro--dijo é1 abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín. 

--Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas--dijo Belisa Crepusculario. 

--¿Cómo es eso? 

Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusive. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde é1 estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrando en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho. 

--Son tuyas, Coronel--dijo ella al retirarse--. Puedes emplearlas cuanto quieras. 

El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de 
palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable. 

En los meses de setiembre, octubre y noviembre el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que votaran por él. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa. Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de él. Viajaron de lejos los 
periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos. 

--Vamos bien, Coronel--dijo el Mulato al cumplirse doce semanas de éxito. 

Pero el candidato no lo escuchó. Estaba repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia. Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de incendio, el roce terrible y el aliento de yerbabuena, hasta que empezó a andar como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes. 

--¿Qué es lo que te pasa, Coronel?--le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre. 

--Dímelas, a ver si pierden su poder--le pidió su fiel ayudante. 

--No te las diré, son sólo mías--replicó el Coronel. 

Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta 
geografía hasta encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada. 

--Tú te vienes conmigo--ordenó. 

Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero, plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino, porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco esta dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa. 

--Te traje a esta bruja para que le devuelvas sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría--dijo apuntando el cañón de su fusil a la nuca de la mujer. 

El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano.



Vocabulario


Pregonar, anunciar en voz alta
Aguardar/aguardaban, esperar por alguien, esperando por algo
Pormenores, detalles
Certeza, estar seguro de algo
Inhóspita, incómodo, inseguro, inhospitalario
Burlar la muerte, engañar a la muerte
Erosión/erosionada, desgaste de la superficie terrestre
Espejismo, ilusión óptica
Reverberación, reflejo de luz
Tozuda, obstinado, testarudo
Esteros, terreno pantanoso
Quebradizo, frágil, fácil de romperse
Charco turbio, agua sucia acumulada en el suelo
Atónita, sorprendida
Descarada, que habla sin vergüenza o recato
maña, habilidades especiales
Apoderase/apoderárselas, hacerse dueña de las palabras
Envasadas, guardadas en un envase
Bullicio, ruido y rumor de muchas personas
Galopes, marcha rápida de un caballo
Jinetes, personas que montan caballos
Irrumpir/irrumpió, entrar violentamente a un lugar
Irremisiblemente, sin vuelta atrás, algo imperdonable
Estropicio, destrozo
Rebaño, ganado
Estampida, carrera casi sin control de un grupo de animales -ganado-
Grupa, anca, parte tracera de un caballo
Depositar/depositaban,  colocar en el suelo
Ofuscado, confundido, no poder pensar con claridad
Cantimplora, recipiente para llevar bebidas en viajes
Imborrable, que no se puede borrar
Perdularia, descuidada
Otear/oteando, mirar a lo lejos desde un sitio elevado
Antorcha,  para alumbrar
Subterfugio, excusas para evadir un compromiso
Carentes, que tiene falta de algo
ñapa, propina, añadidura, extra
Taburete, asiento sin brazos ni respaldo
Montuno, animal del monte
Espantar/espantarles, ahuyentar, asustar
Refulgentes, que resplandece
Arenga, discurso solemne pronunciado ante una multitud
Ablandar/ablandaba, suavizar
Deteriorarse, desmejorar, perder el ánimo
Empuñada, sostener el arma firmemente
Plegar/plegó, doblar
Alelado, atontado