La identidad
Elena Poniatowska (México)
LA IDENTIDAD
Yo venía cansado. Mis botas estaban cubiertas de
lodo y las arrastraba como si fueran féretros. La mochila se me encajaba en la
espalda, pesada. Había caminado mucho, tanto que lo hacía como un animal que se
defiende. Pasó un campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con
trabajo me senté a su lado. Calaba frío. Tenía la boca seca, agrietada en la
comisura de los labios; la saliva se me había hecho pastosa. Las ruedas se
hundían en la tierra dando vuelta lentamente. Pensé que debía hacer el esfuerzo
de girar como las ruedas y empecé a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. Él
contestaba por no dejar y seguimos con una gran paciencia, con la misma
paciencia de la mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la paciencia del
mismo camino, seco y vencido, polvoroso y viejo, hilvanando palabras cerradas
como semillas, mientras el aire se enrarecía porque íbamos de subida –casi
siempre se va de subida-, hablamos, no sé, del hambre, de la sed, de la montaña,
del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto, en medio de la tosquedad de
nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos atravesó
blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos comunicamos cosas inesperadas,
cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo de una jornada gris un espacio
tierno y verde, como cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era forastero
y sólo pronuncié unas cuantas palabras que saqué de mi mochila, pero eran como
las suyas y nada más las cambiamos unas por otras. Él se entusiasmó, me miraba
a los ojos, y bruscamente los árboles rompieron el silencio. “Sabe, pronto
saldrá el agua de las hendiduras”. “No es malo vivir en la altura. Lo malo es
bajar al pueblo a echarse un trago porque luego allá andan las viejas
calientes. Después es más difícil volver a remontarse, no más acordándose de
ellas”… Dijimos que se iba a quitar el frío, que allá lejos estaban los
nubarrones empujándolo y que la cosecha podía ser buena. Caían nuestras
palabras como gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendíamos.
Llegamos al pueblo donde estaba el único mesón.
Cuando bajé de la carreta empezó a buscarse en todos los bolsillos, a
vaciarlos, a voltearlos al revés, inquieto, ansioso, reteniéndome con los ojos:
“¿Qué le regalaré? ¿qué le regalo? Le quiero hacer un regalo…” Buscaba a su
alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando el campo. Hurgoneó de nuevo
en su vestido de miseria, en su pantalón tieso, jaspeado de mugre, en su saco
usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo. Miró hacia arriba,
con una mirada circular que quería abarcar el universo entero. El mundo
permanecía remoto, lejano, indiferente. Y de pronto todas las arrugas de su
rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me sonrieron.
Todos los gallos del mundo habían pisoteado su cara, llenándola de patas.
Extrajo avergonzado un papelito de no sé dónde, se sentó nuevamente en la
carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamudeó:
-Ya sé, le voy a regalar mi nombre.
Vocabulario
Encajar,
sobrellevar algo molesto o doloroso
Calar,
penetrar
Balbucear,
hablar con pronunciación dificultosa
Derrumbaderos,
despeñadero, precipicio
Hilvanar,
enlazar ideas
Enrarecer,
escasear, menos aire
Tosquedad,
no muy deseable, nada fina
Tregua,
suspensión de hostilidades o violencia
Forastero,
de otra parte, de otro país
Hendiduras,
corte profundo, abertura en la tierra
Remontarse,
volver a subir
Terrones,
tierra o masa compacta
Hurgonear,
buscar con curiosidad
Jaspear/jaspeado,
salpicado, manchado
Mugre,
suciedad
Surcos,
hendidura hecha con un arado para cultivar
Escarbar,
hacer surcos
Pisotear,
pisar rápidamente
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