A la hora de la siesta
Guisela Penados Baldizón (Guatemala)
A
la hora de la siesta
Guisela
Penados Baldizón
Cuando lanzó la llave por la ventana con barrotes, el hombre
imaginó una multitud de formas en que iba a ser rescatado. nunca hacía nada sin pensarlo ni
planificarlo. Claramente visualizó al
niño que pasaba en el momento preciso, cogía la llave, corría hacia la puerta,
la abría y lo liberaba. Sonrió. Una segunda imagen llegó al final de la
sonrisa. Era la de la eterna sirvienta
de la casa, la que nunca fallaba. La vio
corriendo desesperada por el pasillo, entrar al dormitorio de su madre que
quedaba al otro extremo del suyo, ir directamente a la gaveta donde descansaba
un juego de llaves marcadas con colores específicos y que abrían todas y cada
una de las puertas de la gran casa. Con
el llavero en sus manos, corría hacia su cuarto y abría la puerta que le
impedía escapar. Respiró profundo un par
de veces y dejó que nuevas imágenes danzaran en su mente. Siempre hacía lo mismo. Alguien lo iba a rescatar, como siempre, como
en todas las otras ocasiones. Alguien lo
haría, estaba seguro.
Lo que al hombre se le olvidó considerar, después de rociar
gasolina en las paredes de su cuarto y en el momento de prender el cerillo e
invocar a las llamas de su infierno fue, que no sólo era domingo sino que a la
hora de la siesta, hasta el mismísimo Lucifer está descansando.
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